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Javier Saul

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Periodista y abogado. Editor del diario La Nación, columnista de deportes en el canal LA NACION+ y profesor en la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos. Co-conductor del podcast Aislados. Proyectos digitales, SEO y redes sociales. Coberturas en Mundiales de fútbol, atletismo y handball, Juegos Olímpicos y Copa Davis. Autor del libro "Pachorra, Historias para conocer a Sabella" (Ed. Libro Fútbol) y ghost writer.

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El legado de Alejandro Sabella (en radio Club Octubre)



La muerte de Alejandro Sabella generó un impacto en el mundo del fútbol, pero no solo por su legado futbolístico. "Pachorra" dejó también un legado de principios y valores. De eso hablamos con Patricio Insúa en radio Club Octubre 94.7. El otro lado del DT. El lado más humano del último gran héroe.

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Murió Alejandro Sabella, el último gran héroe

Alejandro Sabella festejando en Brasil 2014

Al  hombre no le interesaban las reivindicaciones, ni los pedidos de disculpas. La procesión siempre iba por dentro. Supieron marcarle la cancha, machacar su voz de mando, destacar cierta endeblez en el liderazgo o ponerlo contra las cuerdas por su mirada política y social. Pero palabras como "revancha" o "venganza" no estaban en su diccionario. Ante el individualismo, pregonaba la unión y el trabajo en equipo. En tiempos de palmadas vacías y métricas de ego, prefería el agradecimiento, las palabras medidas, el todo por encima de las partes. Parte de una teoría de contrastes, fue la calma tras el caos, la serenidad tras el desorden. La AFA de Julio Grondona se movía a ese ritmo. Algo de contrastes, otro poco de acción y reacción. De borrar con la mano lo que ayer se escribió con el codo. Un Bilardo para Menotti, un Basile para Bilardo, un Passarella para Basile, un Pekerman para Passarella. Alejandro Sabella fue el último gesto. Un camaleón táctico que se sostenía sobre sólidas bases de pasión, sacrificio y valores. Un legado que escapa al cruce del Rubicón, o a las buenas y malas decisiones dentro de un campo de juego. Cuando la docencia es acompañada por buenos resultados, la diferencia entre casualidad y causalidad es más grande que el orden de las letras. Fuimos felices, y no lo sabíamos.

Humildad, generosidad y sentido de pertenencia. Una cita a JFK ("No pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país"), una referencia a Mao Tse-Tung, y un guiño a Manuel Belgrano, "el ejemplo a seguir al poner el bien común por encima del individuo". Un escudo y una pelota. La responsabilidad que significa ser representante de sueños e ilusiones. El factor humano y la entrega al 100 por ciento. "Por favor" y "muchas gracias" como bandera. Ideas que aparecían en cada conferencia, en cada encuentro con la prensa, en la previa de un partido o en el después de un éxito. Sin cassette, Sabella dejó como marca la sonrisa de aquellos días en Brasil, pero también un decálogo de comportamiento. Un quien quiera oír que oiga, en tiempos de un fútbol argentino que se desangra.

A los 66 años, "Pachorra" dio pelea hasta el último día. Superó tratamientos y recaídas, pero siempre lo hizo fiel a su estilo: con compromiso, sin bajar los brazos. Con el tiempo, no quedará señalado por una excesiva popularidad, ni su estilo marcará un quiebre. Pero probablemente hará escuela. Más allá de su trabajo como ayudante de campo de Daniel Passarella, su carrera como entrenador principal ocupó poco más de un lustro de su vida. Llegó al banco de Estudiantes a los 54 años y dejó la selección cuando estaba por cumplir 60. Acostumbrado a no ser el vocalista de la banda, tanto como jugador (detrás de "Beto" Alonso, en River) como director técnico (fue asistente durante 18 temporadas), dio la talla cuando tuvo que dar un paso al frente.

Lo hizo dentro del campo, cuando se fue Inglaterra -y en los trenes de Sheffield se podían ver los graffiti de "Sabella is magic"- o cuando decidió volver a la Argentina -convencido por un Bilardo que viajó a Leeds para reclutarlo, junto a una carpeta de recortes de diarios que mostraban la crisis local, para así exagerar el inédito esfuerzo de Estudiantes-. Lo consiguió como entrenador de clubes, cuando llegó al Pincha y salió campeón de América, para después poner contra las cuerdas al mejor Barcelona de todos los tiempos. Y lo concretó en la selección, con el 2012 del mejor Lionel Messi, unas eliminatorias sin sobresaltos y el camino hacia la final en el Mundial 2014. Una final que perdió, pero que siempre atesoró. Tiempo después dio dos detalles de aquella definición. El primero, el pedido al grupo antes del duelo ante Alemania: "Debemos ser ante todo dignos con nosotros mismos, con nuestros compañeros y rivales. En la victoria y la derrota". El otro, tras el segundo puesto: un agradecimiento a los jugadores por tomar nota de los valores que él y su equipo de trabajo quisieron llevar a la selección durante los tres años del ciclo.

Pero no todo fue fútbol. También hubo otro Sabella, menos conocido, más escondido. El 2 de abril de 2013, una feroz tormenta acechó a La Plata y dejó marcas imborrables en el pueblo platense. El número de víctimas fatales, los desaparecidos, las trágicas historias mínimas en cada rincón de la ciudad y las pérdidas económicas dejaron a los vecinos en una situación de tristeza, impotencia y bronca. Fue una lluvia que devastó a la ciudad. Cayeron 392 milímetros de agua en un día. Con el pico de 225 milímetros entre las 17 y las 19 de la trágica jornada. Números que grafican una caída de agua sin precedentes. Mientras, en la calle 4, entre 530 y 531, un hogar se convirtió en un centro de asistencia para las víctimas. Fue en silencio, sin prensa, sin fotos. El dueño de la casa suspendió su actividad laboral y, codo a codo con su familia, preparó comida y hospedó a los damnificados que se acercaban a la puerta. Sabella fue quien eligió Tolosa por encima de Ezeiza y se quedó a dar una mano en donde más lo necesitaban. En uno de los barrios más castigados por la intensa precipitación, su casa, de dos plantas, no sufrió daños de gravedad en comparación con las de otros vecinos, por lo que abrió la puerta de par en par y extendió su mano para rescatar a quienes más sufrían. Todo sin la intención de que su gesto se conociera, por lo que pidió que no se acerquen periodistas, ni se tomen fotografías. Tendía su mano al pueblo y lo hacía en silencio.

La muerte de Sabella sacude un año que no deja de tambalear. Es otro golpe artero. Es el adiós de un exfutbolista y entrenador, pero también de una persona que llegó a la selección como una incógnita -solo se apoyaba en un breve paso por Estudiantes y no muchos conocían detalles de su carrera- y se fue por la puerta grande, con reconocimientos de propios y extraños. Es la muerte de un trotamundo, de un líder sin dobleces, de un maestro. De alguien que intentó mostrar una cara más humana en medio del desaguisado. El de la mística y la planificación. El que seguía a Menotti y Bilardo, a Mourinho y Guardiola. El jugador que combinaba las prácticas con los estudios de abogacía. El diestro que practicaba con la izquierda porque "todos los 10 eran zurdos". El hincha de Boca que conoció la pasión por River y terminó siendo de Estudiantes. El arquitecto de la última ilusión. El hombre que prefería hacer las cosas en lugar de contarlas. El último gran héroe.

Publicado el 8 de diciembre de 2020 en LA NACION

Lunes: otra newsletter de periodismo

Lunes newsletter

Lunes es otra newsletter de periodismo, aunque en este caso apuntado al mundo digital, el deporte, la tecnología y varias herramientas para el trabajo online. El boletín está alojado en Substack, una plataforma de newsletter que ofrece un diseño sencillo y amigable, muy fácil de crear y de publicar. Para suscribirse pueden hacerlo en lunes.substack.com

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El día que no empezó Tokio 2020

Tokio 2020

Eran los Juegos de la reconstrucción. La enésima imagen de un Japón revitalizado. Y también era la cita del viaje al futuro. Entre vehículos autónomos, robots y ciudades inteligentes, se presentaba una nueva oportunidad para conocer los saltos tecnológicos en la isla de la innovación, en la sede del caos organizado. Pero el reloj olímpico se detuvo hace exactamente cuatro meses. El coronavirus sacudió al mundo e hizo caer todo el calendario deportivo. Tierra arrasada en un 2020 que tenía el 22 de julio marcado en rojo. La postal deportiva de la reconstrucción nipona empezaba en Fukushima, la región costera afectada por un sismo y un tsunami que provocaron una catástrofe nuclear en 2011. El sóftbol abría el programa olímpico dos días antes de la gran fiesta inaugural. Y ahora, en el día que no empezó Tokio 2020, todo es una incógnita.

Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, señaló el viernes pasado que "el frágil mundo posterior al coronavirus necesita el poder unificador de los Juegos". Optimista, consideró que puede ser la gran oportunidad para que el mundo celebre el final de la pandemia, con la llama olímpica como la luz al final del túnel. Pero la pregunta que gira alrededor de los Juegos va más allá de los mensajes más esperanzadores: ¿ese mundo posterior al coronavirus existirá antes de julio de 2021?

Tokio 2020 -mantendrá el nombre pese al cambio de año- camina por los extremos en las últimas horas. En una sinuosa dualidad entre lo deportivo y lo sanitario. En la tierra de la perseverancia y la planificación a largo plazo, todo está bajo control en el plano olímpico. Con calendario confirmado -la actividad comenzaría el 21 de julio y la apertura sería el 23-, el comité organizador sólo hizo mínimas modificaciones de horarios y anunció que ya pudieron realizar nuevas reservas para 2021 sobre los complejos que estaban bloqueados para este verano boreal. Un obstáculo logístico que fue superado en base a sobrecostos e indemnizaciones. Más allá de rumores de una versión reducida de los Juegos (en 10 días, con un régimen simplificado que garantice seguridad a los atletas y disminuya los costos de la organización) o de una cita sin público (Bach maneja múltiples escenarios, pero mostró reticencia a un plan de estadios vacíos), tanto el comité organizador como el COI abogan por unos Juegos "normales". Al menos por ahora, y mirando con mucha cautela lo que sucede con el coronavirus.

No solo por lo que pueda pasar en suelo japonés, sino por el impacto en el resto del mundo. En la agenda del COI aparecían tres grandes eventos para estos años: Tokio 2020 (postergados a 2021), los Juegos de la Juventud Dakar 2022 (pospuestos para 2026) y los Juegos de Invierno Pekín 2022 (con China bajo la lupa). El estado de situación expone todas las dudas.

En principio, el problema no sería Japón, con 25 mil casos y cerca de 1000 fallecidos, con una tasa de mortalidad baja y un fuerte apoyo económico del gobierno. El trabajo de orfebrería nipón para testear, controlar a los infectados y poder proteger el empleo y la continuidad de las actividades empresariales se apoyó en restricciones de circulación bajo un estado de emergencia, en el concepto de "Las tres C" (evitando concentraciones en espacios cerrados -closed places-, lugares con mucha gente -crowded places- y de contacto cercano -close contact-) y en millonarios subsidios en todos los estratos sociales. Con un ritmo más lento que en otros países, el pico de contagios llegó en abril, y desde ahí se inició un camino descendente que recién tuvo su freno en junio. Un rebrote que llevó a Yuriko Koike, la gobernadora de Tokio, a declarar en "alerta roja" la situación sanitaria de la sede de los próximos Juegos.

Que "usa mucho maquillaje". Que "es una mujer insensible" tras una operación de fibromas uterinos. Que "se viste como mujer, pero en el fondo es un hombre de línea dura". Las críticas anacrónicas de sus adversarios políticos apuntan al género o a su fuerte personalidad. Koike es la dama de hierro de un Tokio que se imagina olímpico, pero al que el día a día le devuelve récords de contagios fruto del rebrote -controlado en los 320 nuevos casos diarios, pero rebrote al fin-. Hace cuatro años llegó al poder con la misión de limpiar la imagen de una gobernación salpicada por escándalos, gastos excesivos, problemas administrativos y demoras en la construcción de sedes en el proyecto Tokio 2020. Con barbijo y ataviada con la campera de la gobernación, transita los primeros días de su segundo mandato entre conferencias de prensa y acuerdos de cooperación con el primer ministro Shinzo Abe. Tras una abrumadora victoria electoral en su reciente reelección -uno de sus rivales prometía cancelar los Juegos como eje de campaña- y con buena imagen del manejo de la crisis en la capital -tiene un 74% de aprobación contra el 38% de Abe-, Koike apuesta a que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos sean "la prueba de la victoria". A los 67 años, no solo logró romper el techo de cristal de la política japonesa, sino que ahora es vista como una candidata potencial para suceder a Abe.

"Superaré la pandemia y llevaré a la ciudad a los próximos Juegos", apuntó Koike en los últimos días. Para Tokio, la cita olímpica es una cuestión de estado y la mejor postal para mostrar una nueva recuperación. Aunque las últimas encuestas publicadas por la prensa local muestren cierta desconfianza a nivel nacional: 8 de cada 10 japoneses creen que las competencias no podrán realizarse, según un relevamiento de la agencia Japan News Network. Eso sí, más allá del pesimismo de cara a cómo se puede comportar el coronavirus en los próximos meses, las posiciones sobre si los Juegos deberían realizarse están 50/50.

La nueva normalidad deportiva 


Japón no tuvo una reacción temprana, ni testea por encima de la media, ni apuesta por un confinamiento estricto. La receta estuvo en frenar las clases, apostar por la regla de "Las tres C" y atacar los focos de contagio. Un rastreo que arrojó un curioso resultado: el vector no estuvo en la red de metro, sino en establecimientos de esparcimiento como los karaokes (sin barbijos y con mayor contacto cara a cara), uno de los pasatiempos preferidos por los locales. Otro pasatiempo es el sumo. Y en ambos casos aparecen buenas noticias.

Los jóvenes de Tokio probaron la "nueva normalidad" de los karaokes la semana pasada, en la reapertura de los locales. Hubo control de temperatura y cantaron con micrófonos que tenían protectores de tela y plástico. En el sumo, por otra parte, el protocolo para el regreso de los aficionados dio buenas señales de cara a la organización de acontecimientos deportivos con público.

Los fanáticos pudieron asistir este domingo por primera vez desde enero a una competición de este tradicional deporte. El torneo que se desarrolla en Tokio hasta el 2 de agosto, en el centro deportivo de Ryogoku Kokugikan, apuesta por abrir las puertas, pero con condiciones. Unos 2.500 espectadores fueron autorizados en un estadio que tiene capacidad para 11.000. En la vieja normalidad se colgaba el cartel de entradas agotadas en cada verano. Ahora, se le pide a los espectadores que solo aplaudan -que eviten el aliento-, que lleven tapabocas y que no se acerquen a los luchadores para pedirles autógrafos.

La inauguración de la competición de sumo llegó cuando las ligas de fútbol y de béisbol también anunciaron la apertura de sus tribunas al público. Aunque en todos los casos se respeta una ocupación de entre el 25 y el 50% de la capacidad y el cumplimiento del distanciamiento. La idea es permitir que se alcance la mitad del aforo en los primeros días de agosto. "Vamos a estar muy pendientes a los casos y a diferentes parámetros para ver si hay cambios significativos", avisó Mitsuru Murai, hombre fuerte de la J-League, la primera división del fútbol nipón. El plan seguirá de cerca los contagios, pero creen que de todas maneras "es necesario intentarlo". Una apuesta deportiva para darle continuidad a las actividades sociales y económicas mientras se mitiga el riesgo. Y con un mensaje que apela a la responsabilidad social: "Los equipos, los empleados y los jugadores hicieron un gran esfuerzo para poder tener una cultura deportiva sana. Ahora es el turno de la audiencia de cumplir con su parte".

Una nueva normalidad que espera por la evolución del coronavirus, sin saber a ciencia cierta cuáles serán los próximos pasos. En la jornada que no empezaron los Juegos, Tokio 2020 tiene buenas intenciones, pero carece de certezas de lo que pueda ocurrir de acá a un año. Desde el COI se aferran a mensajes optimistas y a cuestiones extradeportivas: el control de una pandemia gracias a la aparición de una vacuna o un tratamiento.

Publicado el 22 de julio de 2020 en LA NACION

Fotos en cuarentena: un proyecto en Instagram

cuarenfoto

Como un proyecto fotográfico de la "nueva normalidad". Así empecé a actualizar @cuarenfoto en mayo 2020, una cuenta de Instagram que intenta ser un archivo personal de postales con las que me fui encontrando en las pocas salidas recreativas durante la cuarentena por el nuevo coronavirus en la Argentina. Balcones, plazas, puertas de negocios, paradas de colectivos, banderas, mensajes, recomendaciones. Imágenes de distanciamiento social, de esperanza, de silencio y abandono. 

@cuarenfoto es el segundo proyecto que puse en marcha durante la cuarentena, aunque menos intenso que el anterior: el daily-podcast deportivo Aislados, pautado para todos los días del confinamiento junto a mi amigo Matías Baldo, y con más de 100 ediciones en plataformas como Spotify, Apple Podcast o Audioboom.

Italia 90: por qué el peor Mundial fue el mejor Mundial de la historia


Los datos tiran para abajo cualquier apreciación. Sacuden la subjetividad. Esmerilan la nostalgia. El repaso de la previa es, cuanto menos, devastador. El prólogo de una tragedia organizativa, con escaso interés local y demasiada presencia política. Y el después tampoco ayuda: el impacto negativo de un juego apático cambió las reglas, provocó un quiebre en el fútbol moderno. El recuento deja trampas, insultos, bidones y patadas con alevosía que no respetaron ni a Diego Maradona, el jugador de época. El partido inaugural entregó la sorpresiva caída del campeón, pero también el uso desmedido de la fuerza. La final se discute hasta hoy. Ninguna Copa del Mundo registró un peor promedio de gol. Pero el recuerdo está ahí, vigente. ¿Puede el peor Mundial transformarse en el mejor Mundial de la historia? Lo emotivo, lo estético y lo cultural prevalecen sobre lo futbolístico. Italia 90 emerge como el Mundial inolvidable. Marcando un cisma en la memoria colectiva.

Fue la última copa del viejo mundo. La de los bigotes, las camisetas multicolores y los raros peinados nuevos. La de los fixtures de papel, las chapitas de una conocida gaseosa (en las que nunca aparecía la "n" de Mundial para ganar el premio mayor) y del fútbol por ATC, antes del arribo de los canales deportivos. La antesala a una implosión del mapa europeo: Alemania Federal fue el campeón en plena reunificación germana (Alemania Democrática se quedó a dos puntos de la clasificación en las eliminatorias) en un certamen en el que participaron Checoslovaquia (ahora República Checa y Eslovaquia), Yugoslavia (dividida en Bosnia, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia) y la Unión Soviética (fraccionada en Rusia y otros 14 estados). Todo cambió en los meses posteriores al Mundial 90, mientras nada cambiaba en la sede: Italia montó el torneo del glamour, del encanto. La especialidad de la casa potenciada por la pasión deportiva. Un Mundial despreciado por los puristas, pero destacado desde lo cultural. Resulta imposible olvidarse de la elegante mascota Ciao -un hombre tricolor con una cabeza de fútbol-, de "Un'estate italiana" -el himno oficial que marcó a una generación y que suena 30 años después en cada cita mundialista-, de la ceremonia inaugural que transformó el campo del Giuseppe Meazza en una imponente pasarela de moda, del show de los tenores Pavarotti-Carreras-Domingo, de la alegría africana en cada baile camerunés, de la épica maradoniana poniendo de rodillas al dueño de casa en el mismísimo Nápoles, de un álbum coleccionable Panini que se quedó con la última figurita de Diego -Upper Deck no lo incluyó en el de Estados Unidos 1994-, o de los festejos de Salvatore "Toto" Schillaci, el goleador sin marketing. Fue la Copa que construyó un puente entre lo antiguo y la modernidad. Una puerta al pasado.

Imágenes que tres décadas más tarde están disponibles en YouTube. No hay que hurgar demasiado en el archivo para encontrar aquellos instantes mágicos. Los ofrecen cuentas oficiales, como las de FIFA (durante las próximas semanas, Italia 90 marcará la agenda, con partidos y acciones interactivas), y varios rincones de coleccionistas amateurs. Y la fiesta inaugural es el material que domina la escena, con una previa de Argentina-Camerún entre marcas de alta costura, arte y algo de fútbol. Más allá de que en los días anteriores no había calor mundialista en la ciudad lombarda, epicentro de la moda y el diseño. Por entonces, y lejos del boom turístico futbolero posterior, los hoteles solo mostraban un 60 por ciento de ocupación hotelera y los taxistas, vestidos de Armani, no levantaban pasajeros. Pero esos aires de rutina e indiferencia fueron cambiando de dirección de cara a la presentación. Una ceremonia de media hora de duración con un envidiable menú: las voces de Gianna Nannini y Edoardo Bennato para "las noches mágicas" -entre camisetas de Huracán y banderas argentinas-; los desfiles con 160 modelos de Valentino (representó a América, con vestidos rojos y al ritmo bossa nova de Tom Jobim), Ferré (Europa, de verde), Missoni (negro, de África) y Mila Schoen (amarillo, Asia); la coreografía floral que acompañó al balón gigante de margaritas en el centro del campo y a las 24 pelotas con los colores de cada país confeccionadas por los artesanos de la toscana Viareggio, y el emotivo cierre desde La Scala de Milán, donde la orquesta dirigida por el maestro Ricardo Mutti interpretó el Va' Pensiero, de Nabucco, de Giuseppe Verdi. Arte en estado puro antes de las patadas de Benjamin Massing.

Con escenarios de una extraordinaria carga cultural (el fútbol viajó por sedes como Roma, Milán, Nápoles, Turín o Florencia, entre otras) y jugadores que se convirtieron en mitos (por fuera de Maradona, fue el Mundial de los "héroes" Sergio Goycochea y Claudio Caniggia, y en donde dijeron presente figuras como Lothar Matthäus, Rudi Voller, Míchel, Roger Milla -a los 38 años-, o Gary Lineker), Italia 90 se transformó en un torneo de culto. Ante la falta de creatividad y de buen fútbol (el promedio de gol fue de 2,21, el más bajo de toda la historia), las historias mínimas fueron parte de un Mundial que empujó el último gran cambio de reglas en el fútbol: el pase atrás de la última línea para que los arqueros tomaran la pelota con la mano ubicó a los guardametas entre los jugadores con mayor posesión del balón del equipo y llevó a la modificación mucho más dinámica que conocemos hoy. Aquel hábito perjudicaba el espectáculo, y la FIFA tuvo que reaccionar después de que el verano del 90 lo transformara en una estrategia insufrible.

Eso sí, si el inicio fue entre la moda y la música, el cierre no podía ser menor. La víspera de la final entre Argentina y Alemania, en Roma, tuvo a los tenores Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, bajo la dirección de Zubin Mehta, en las termas de Caracalla. Un concierto único. "No nos dimos cuenta que esa noche creamos a Los Beatles para las personas mayores", lanzó tiempo después el promotor húngaro Tibor Rudas. La enésima imagen por fuera del fútbol que dejó el Mundial cautivó a los 6000 afortunados espectadores que pudieron acceder a las imponentes ruinas romanas y a los 800 millones de televidentes que siguieron la presentación desde 54 países. La despedida acorde para un mes que dejó un verano boreal inolvidable. El fútbol entrelazado con la cultura para que el frasco del peor Mundial futbolístico se transforme en el envase del torneo eterno. El triunfo de la magia.

Publicado el 7 de junio de 2020 en LA NACION

Tokio 2020 y el coronavirus: el rompecabezas olímpico para rearmar los Juegos


Las cuatro semanas de plazo que se había fijado el Comité Olímpico Internacional para estudiar si aplazaba los Juegos Olímpicos de Tokio podrían formar parte de una nueva unidad de tiempo: el mes duró apenas 48 horas. Tras la presión de atletas, federaciones y organismos de salud, el último empujón lo dio Japón. El COI, aturdido en un laberinto de intereses, ya no se pudo resistir ni a la oposición del país organizador. Y fue el primer ministro Shinzo Abe quien reveló lo que ya era un secreto a voces. Apesadumbrado, comunicó el acuerdo con el COI para postergar la cita olímpica para el próximo año. "Le pregunté a Thomas Bach si sería posible posponerlos y recibí su aprobación al ciento por ciento", reveló, tras una conferencia telefónica en la que Abe presionó para que la decisión final se adopte lo antes posible, dejando atrás cualquier especulación. En la tierra de la previsión, el coronavirus desarmó hasta la planificación más minuciosa. Una pandemia que perforó por completo en las estructuras del deporte internacional, y que ya dejó su marca sobre los tres gigantes del calendario 2020: los Juegos, la Copa América y la Eurocopa. Todo se mudará a 2021.

Abe, el mismo que en la clausura de Río 2016 sorprendió al salir de una tubería disfrazado de Super Mario, dejó atrás cualquier mueca de ese histrionismo y fue el adusto vocero de un acuerdo que dejó varias condiciones sobre la mesa: se desterró la palabra "cancelación", se habló de una reprogramación que no podrá ubicarse "más allá del verano boreal 2021", se decidió que la llama olímpica se quede en suelo japonés por un año y se mantuvo el nombre de los Juegos. Sí, los juegos de "Tokio 2021" seguirán siendo "2020".

No será la primera vez que Japón utilice un traspié como combustible, más allá de que el embrujo olímpico vuelva a apoyarse sobre su tierra. Los Juegos modernos sufrieron boicots (Moscú 1980 y Los Angeles 1984), atentados terroristas (Munich 1972 y Atlanta 1996), y hasta se vieron sacudidos por enfermedades (el zika en Río de Janeiro 2016), pero nunca habían dejado de celebrarse en tiempos de paz (las cancelaciones se dieron en Berlín 1916, por la Primera Guerra Mundial, y en Helsinki 1940 y Londres 1944, por la Segunda). Aunque los asiáticos ven en el espejo retrovisor el golpe de 1940: a comienzos de la década anterior, las autoridades japonesas presentaron la candidatura de Tokio para los Juegos de 1940 como un medio para demostrar al mundo su reconstrucción tras el devastador terremoto de Kanto, en 1923, pero las acciones bélicas en China derivaron en una presión diplomática que los dejó sin sede. Esta vez, el gobierno nipón había presentado a Tokio 2020 como los "Juegos de la reconstrucción", tras el sismo, el tsunami y la catástrofe nuclear de Fukushima, en 2011. Es más, de disputarse el próximo año, habrá actividad en la golpeada región costera: el béisbol tendrá un escenario de fuerte carga emotiva. Allí también se esperaba para mañana el inicio del recorrido de la antorcha. El mensaje del comité local siempre fue directo: el olimpismo es la vidriera para mostrar la recuperación.

Tokio 2020 tendrá que esperar. El viaje al futuro en la ciudad del caos organizado tenía las sedes a tiempo y bajo control. Nada había quedado librado al azar. Los avances tecnológicos prometían una inédita asistencia de robots y vehículos autónomos, los escenarios ya habían sido terminados y testeados, y hasta se había realizado pruebas por si algún sismo decía presente entre julio y agosto de este año. El 19 de diciembre pasado se realizó un simulacro bajo la premisa de que "un terremoto de gran magnitud podría sacudir Tokio durante julio de 2020". Así, el comité organizador, la policía metropolitana y el departamento de bomberos actuaron sobre un supuesto temblor de magnitud 7 en el norte de la bahía, donde se ubica el centro olímpico Ariake, donde aparecen pautas las competiciones de gimnasia. Pero el coronavirus se entrometió por el resquicio menos esperado. "En las circunstancias actuales y en base a las informaciones suministradas por la Organización Mundial de la Salud, el presidente del COI y el primer ministro de Japón han concluido que los Juegos Olímpicos de Tokio deben ser reprogramados después de 2020 y tener lugar como más tarde en el verano de 2021, con el objetivo de salvaguardar la salud de los deportistas y de todos los implicados, así como de la comunidad internacional", anunció el COI en el comunicado que selló el aplazamiento.

Ya sin margen de maniobra, en Suiza tuvieron que reaccionar ante la creciente presión internacional y mostrar una faceta más racional. La posición inflexible de las últimas semanas mutó en el plazo de cuatro semanas del domingo pasado y se terminó derrumbado en las primeras horas del martes: Abe habló de "aplazamiento inevitable", las federaciones de atletismo y natación -con peso específico en el escenario olímpico- pidieron "un respiro ante una situación inédita e incierta" para los deportistas, y países como Canadá, Australia, Estados Unidos y España se mostraron abiertamente a favor de la postergación. El caso extremo se dio desde el comité canadiense, que ya había decidido retirar a su delegación. Los estadounidenses, por su parte, argumentaron enormes interrupciones en el entorno de capacitación, los controles antidoping y el proceso de calificación. Leyendas como Carl Lewis también habían dejado un recado a favor.

Ahora, será el tiempo de armar el rompecabezas de la reprogramación. En Japón no habrá problemas de sedes, pero sí de acuerdos prefirmados. Al término de la competición, la Villa Olímpica, con vista a la bahía y al Rainbow Bridge, debía ser reconvertida en departamentos de alta gama. Según la prensa local, 4.145 unidades deben ser vendidas. En un primer lote de 940, la mayor parte ya han sido compradas y deberían ser entregadas este año. Eso no sucederá. "Las reservas de hoteles son también un inconveniente", apuntaron desde el COI. Las habitaciones de hotel en Tokio están en su mayoría reservadas desde hace varios meses, obligando a muchos visitantes (turismo, prensa internacional y familiares de atletas) a pagar importantes montos con antelación, sumas que corren el riesgo ahora de ser perdidas. Para la industria hotelera, el escenario representa un inconveniente extra, en un contexto turístico ya catastrófico.

Mientras, los anillos seguirán brillando en una de las esquinas del extremo sur del barrio de Shinjuku, en la puerta del flamante Museo Olímpico de Japón, y frente al renovado estadio Olímpico. Los taxis, pintados de negro, seguirán girando con los logos oficiales de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos pintados en sus puertas, como ya lo hacían desde mediados del año pasado. Tokio, que se había apoyado en una curiosa mezcla de historia y legado (aprovechó las sedes de los Juegos de 1964, pero también construyó escenarios de vanguardia), deberá esperar. Los Juegos del futuro, valorados por la innovación y la sustentabilidad, están en pausa, en medio de una pandemia que hasta el momento sigue escondiendo su límite. Mientras, el mundo podrá mirar hacia la antorcha olímpica nipona. De color rosa claro y dividida en cinco cavidades con forma de pétalo, representa la flor del cerezo, y lleva un lema que estos días podría ser bandera universal: "La esperanza ilumina nuestro camino".

Publicado el 24 de marzo de 2020 en LA NACION

Aislados: el podcast deportivo de la cuarentena

Aislados podcast Baldo Saul

Surgió el mismo día que se decretó el aislamiento obligatorio en la Argentina y se convirtió en un encuentro diario para compartir historias, noticias y datos del deporte mundial en tiempos de coronavirus. Con un mundo en pausa, Aislados no es otra cosa que un podcast de dos amigos hablando de deportes por Skype en tiempos de pandemia. De una cuarentena que obliga al confinamiento, cambia hábitos y sacude las estructuras económicas y sociales.

Junto a Matías Baldo lanzamos este podcast diario (un formato daily podcast pero tratando de evitar la información dura del día a día) con episodios que cruzan tanto las historias de vida como el crecimiento del gaming o el streaming. ¿Dónde y cómo se puede escuchar #Aislados?

Opciones para escuchar el podcast Aislados

LN150: 150 fotos en 150 años de La Nación


El diario LA NACION cumplió 150 años este sábado 4 de enero de 2020 y lanzó un libro digital basado en imágenes del archivo de su archivo fotográfico que reúne pensamientos, reflexiones y emociones de 150 hombres y mujeres que hicieron y hacen el diario; periodistas, fotógrafos, diseñadores y excolaboradores que participaron de esta experiencia para celebrar un nuevo aniversario.

Los textos que acompañan cada foto no tienen un foco en particular. Los autores convocados para este proyecto se permitieron, ante cada imagen, dejarse atrapar por un recuerdo, una nostalgia, una alegría, un rechazo, un dolor, un sentimiento. Un tema libre que debía acompañar la foto seleccionada.

Designado por los editores del libro, el azar quiso que me asignen dos fotos tomadas a Adolfo Bioy Casares. Dos imágenes en las que el escritor contemplaba una máquina de escribir. Y así salió un breve texto sobre el síndrome de la hoja en blanco.



El sonar del timbre marginal, las melodías de las teclas que se hunden hacia la perpetuidad textual, la palanca que impulsa el salto de línea, el tabulador, el rodillo, la cinta que le da sentido y cuerpo a la música, la varilla. Piezas nobles y necesarias. La máquina como sostén de una hoja en blanco que se recuesta e invita al pánico, a una parálisis psicológica. Un síndrome esquivo para aquellos que disfrutan el escribir, para los conocedores de las torpezas, para los que conviven con el placer de la creatividad. Maestros que le escapan al temor. Sin el pánico, sin la hoja en blanco, sin el miedo. Con la confianza ciega de darle vida a un espacio finito, traicionero y eterno. Talentosos con el don natural de la inspiración. Con el poder justo de las palabras. Que, como cierta vez apuntó Adolfo Bioy Casares, se pasean con el regodeo de estar entre aquellos que viven sin el drama de los pobres de ideas.

Javier Saúl, sección Deportes.
El escritor retratado por LA NACION Revista.
Negativo en color 28 de marzo * 1997 f: Enrico Fantoni - ALN

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