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Javier Saul

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miércoles, 1 de enero de 2020

Los súper atletas y el límite del cuerpo


En Sherwood Content, un pequeño –y áspero– pueblo al noroeste de Kingston, siguen esperando que los caminos de tierra se transformen en carreteras y que, de una vez por todas, se mejore la estructura para el agua potable. Las calles no tienen nombre, pero un cartel da señales de por qué este vecindario rural cautiva al universo deportivo más allá de Jamaica: “Bienvenidos a Sherwood Content, la casa del hombre más rápido del mundo”. Un niño con escoliosis que desde temprana edad convivió con un desvío de su columna hacia la derecha y una pierna un centímetro y medio más corta que la otra. Un adolescente que, en las primeras horas del siglo, prefería escaparle al entrenamiento más allá que su ritmo ya cautivaba a los expertos. Un atleta juvenil que desdibujó todos los conceptos preestablecidos: joven –explotó antes de tiempo, lejos de la edad ideal para los velocistas–, alto –su 1,95m no es el estereotipo aconsejable para las carreras cortas–, sin experiencia –rompió marcas en los Juegos de Pekín 2008, como un novato de la distancia–, con malas salidas, con la escoliosis a cuestas –su espalda fue su talón de Aquiles–. En los últimos 20 años, Usain Bolt recreó el mundo del revés.

Nadie como él logró llevar el cuerpo al límite para contrarrestar sus defectos. Y nadie como él quebró los principales récords del atletismo (los 100 y 200 metros) con números de otro planeta. Sus 9s58/100 en los 100 metros del Mundial de Berlín 2009 son materia de estudio. Desde entonces, resulta inexplicable, más allá de cualquier hipótesis y de un sinfín de suposiciones. ¿Puede un hombre mantener una velocidad crucero durante 80 metros para después romper los pronósticos físicos, técnicos y científicos y así pulverizar los supuestos límites de velocidad del cuerpo humano? Su vuelo sobre la pista del Olympiastadion berlinés en agosto de 2009 sigue siendo una incógnita.

Casi una década después, diferentes especialistas todavía intentan descifrar cómo fue que Bolt logró alcanzar una velocidad sin precedentes. Las marcas más terrenales se habían ubicado en torno a los 9s80/100 hasta 2008, cuando hizo sonar las alarmas en Pekín con 9s69/100. Después impactó con once centésimas menos.

Existe una creencia popular que una zancada desigual tiende a ralentizar a un sprinter. No es el caso. Su pierna derecha –la más corta– tenía una fuerza máxima al tocar la pista superior a la de una pierna izquierda que permanecía en el piso más tiempo que la otra. Es por eso que se desconoce si ese defecto potenció su velocidad o si Bolt optimizó la irregularidad. ¿Podría haber recorrido los 100 metros en menos de 9s58/100 en otras condiciones?

Contemporáneo de súperatletas como el nadador Michael Phelps (23 medallas de oro olímpicas), los futbolistas Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, los tenistas Roger Federer, Rafael Nadal o Novak Djokovic, o la gimnasta Simone Biles (una prodigio que desafía las leyes de la física), Bolt se distinguió porque amalgamó músculos, talento e impacto. Todo a la velocidad de un rayo. Ya fuera de carrera (se retiró en agosto de 2017), un caso similar al de Bolt emergió desde las piletas en los últimos años. Katie Ledecky, una joven nacida en Washington en 1997, colecciona marcas y muestra una superioridad aplastante. Nadie nada (ni nadó) más rápido que ella en los 400, 800 y 1500 metros libre. Su cuerpo no causa asombro (1,83m y 69 kg), ni se destaca por el tamaño de manos y pies. Pero su ventaja está en otro lado: su flotación, su naturalidad, la contundencia de su braceo y su constancia. Cautiva con su velocidad crucero y desarma rivales a un ritmo nunca visto. Sus récords no bajan en milésimas, sino en segundos.

En tiempos donde resulta cada vez más difícil romper marcas históricas, siguen apareciendo deportistas que sacuden el status-quo. Por lo pronto, y con la corta distancia llevada a un supuesto límite por Bolt, la maratón parece ser la prueba atlética marcada en rojo para los próximos años: nadie pudo hasta el momento bajar de manera oficial las dos horas para recorrer los 42,125 kilómetros. Sin embargo, ya existe un caso por fuera de las reglamentaciones. Sucedió en octubre, cuando forzaron ese tiempo en una prueba de laboratorio en el circuito ad-hoc que se armó en el célebre parque Prater de Viena. El plusmarquista keniata Eliud Kipchoge, el rey de la larga distancia, logró correr una maratón en 1h59m40s (su récord oficial es de un minuto y 39 segundos por encima de las dos horas). Lo hizo con un arsenal de ayudas externas –liebres, control de viento, zapatillas especiales, equipos médicos, meteorólogos–, pero él también aportó lo suyo, con un cuerpo privilegiado que no conoce de barreras ni de derrotas. Por algo fue el atleta del año en las últimas dos premiaciones, tomando la posta del velocista jamaiquino. Uno a pura potencia, el otro a un ritmo demoledor. Ambos exponiendo hasta qué punto se pueden reescribir los límites. Destrozando las fronteras más terrenales. Atletas que viajaron a la Luna y volvieron para contarlo.

Publicado en diciembre de 2019 para el especial "20 años en 20 fenómenos" de LA NACION

Escribo en lugares.

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JAVIER SAUL
@dr_javi
Buenos Aires, Argentina

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